Por Ricardo Grau
PARA LA GACETA - TUCUMÁN
De chico, en una galería de Vinará, había visto un duende; Néstor Grau lo rescató del acoso de otro en el nevado de Cachi. En Manhattan, lo había conmovido la modernidad; en la Universidad de Chile, la biología teórica, el Big Bang, el ADN, la mente; en Santiago de Compostela el peso de la historia; en Guanajuato el de la muerte.
Tal vez a esa diversidad de cosmovisiones se debiera su espontaneidad para el modus tollens, el procedimiento de descartar premisas ante la evidente falsedad de un consecuente. Aunque lo reconocía como uno defecto, la búsqueda del consenso no se le daba fácil. Bastaba enunciar una hipótesis o modelo explicativo para que él aportara un molesto contraejemplo, una piedra en el zapato. Era típico comprobar luego que eso ayudaba a enderezar el paso o a emprender una travesía mejor calzado. Su inconformismo, claro, no era el característico de los académicos quejosos: lo aburrían las universidades devenidas en gris burocracia tribal y la filosofía reducida al reciclado de autores ilustres.
- “Soy más un observador que un vividor del mundo”, afirmaba, y desde ese distanciarse veía cosas opacas para muchos: notaba, por ejemplo, las asombrosas similitudes entre los enemigos irreconciliables de los 70. En el mundo natural sí se sumergía con placer. El monte santiagueño espinoso, su sol y su polvareda brotando del sabor de un arrope de chañar; el cielo cordillerano, una pareja de zorzales jugando en un charco del río Muerto, la caricia o el juego de un gato, el coro de coyuyos en El Corte le permitían intuir el “rumor de lo sagrado”.
Del mundo social participaba principalmente a través de sus escritos agudos, incómodos, bellos. Disfrutaba de observar pero también de comunicar. Murió en la madrugada de un jueves, fue enterrado a unas cuadras de aquella galería mágica. En la tarde del miércoles le agradó saber que su texto de despedida se publicaría en LA GACETA Literaria.
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Ricardo Grau - Director del Instituto de Ecología Regional
de la UNT.